10º RELATO. Centurión: Siglo XXI.

10º RELATO. Centurión: Siglo XXI.

He llegado hasta encantadora villa, de casas encandiladoras por su fuerte luz, reflejadas en sus encalados. Éstos, son una buena estrategia para soportar mejor, o por lo menos de una forma más llevadera, el calor sofocante del sol veraniego, que como dicen los del lugar: “cuando pega, pega”. Paseando por sus empedradas calles me dirijo hacia el mercado. Observo o creo, que los vecinos de dicha villa me miran sonriéndose con una risita un poquito pícara, pero seguro será fruto de mi acalorada imaginación, cuanto me refresque un tanto se me irán dichas figuraciones.
Llegando al mercado pregunto donde está la taberna para poder tomar un sorbo de aliento, para seguidamente comprar algunas viandas para mi largo y tortuosos camino hacia alguna parte. Me indican: siga a la derecha, todo seguido hacia arriba, luego otra vez a la derecha, más aún hacia la derecha y por fin llegará usted a la parte trasera de esta casa.
Bueno me digo, pero si he de llegar a las traseras de esta casa habrá un camino más corto, pero no queriendo contradecir al lugareño no fuera a tomarlo a mal, me encamino hacia la dirección indicada. No sin antes oír, ¡ándese con cuidado de los centuriones siglo XXI! No supe que contestar, así le di las gracias e inicié mi marcha hacia el mercado.
Me sentía un poco imbécil con esto de dar tan absurdo rodeo, ya me enteraré. Ya dice el dicho: “No preguntes por saber, que el tiempo te lo dirá”.
Llegué  por fin a un concurrido mercado, con sus diferentes verduleros. Sus puestos rebosantes de aquellas frutas del tiempo generosos en que nos encontrábamos. Ricas y apetitosas sandías, melones, puerros, lechugas, berenjenas, acelgas, cerezas, uvas y mil y una frutas y verduras más. Todas decían:
¡Comedme!
Más adelante en el mismo pasillo, pues estaban todos los puestos en una especie de plaza recogida en un templete, protegidos por tres paredes, de las cuales una tenía una puerta abierta para mejorar a los viandantes el tránsito a la entrada y salida de la plaza, aquí como en otros lugares aledaños, el mercado. Como decía, cerca estaban los pescaderos con sus gambas de la costa traídas por la madrugada, pescado rebosante todavía de vida, tan sólo una horas de haberlos cazado las redes del hábil pescador de una población cercana mucho más importante. Ni que decir tiene que los diferentes matarifes estaban con su ganado preparado para cuando algún cacique de la villa llegara a elegir el más apetitoso a sus ojos, pues como no es de extrañar estos lujos solamente están permitidos a dichos señores.
Tanto me distraje con aquellas viandas, aquellos manjares, que casi con verlos me alimentaban, que me descuidé del largo rato pasado por mi rocín en las puertas del mercado, pues eso sí animales fuera de los de allí autorizados no podían pasar al interior del templete. Todo esto me lo explicaron cuando me presenté en el puesto de guardia de los centuriones del siglo XXI. Al acudir allí según me indicaron. Cuando, después del susto llevado, comprobé la falta de mi montura. Como si tuviera alas allí me personé, intenté ser lo más cortés posible con aquellos señores: estilo hombres de Harrison(O bueno a los templarios, que son más de mi  época). Pedí explicaciones del motivo de tan eventual contratiempo, ya que era forastero y si de haber contravenido alguna norma de la villa habías sido fuera de cualquier intención.

Un señor corpulento me explicó que estaba denunciado, por dejar en mal lugar mi montura, por abandonarla en medio de una muchedumbre con el riesgo que ello supone para el medio ambiente. Viendo mi estado de ofuscación. Siguió explicándome que ya puestos, me denunciaba por contradecir a una autoridad y poner en riesgo la seguridad ciudadana. Atentar contra la salud pública y que me callara ya o buscaría la lista de artículos para los bienmerecedores de ellos.
Por tanto para recuperar todos mis enseres, que iban en mi montura debía de sufragar una cantidad, que no loco de mis mejores años tenía. O tomar descanso en el calabozo durante un período equivalente de días, como pago de dicha deuda. Y además que contara por ahí lo ocurrido en esta villa.
En el calabozo descubrí  la causa de mis desdichas. Había caído en las manos de la huelga, sin huelga claro, de los centuriones del siglo XXI, que para poder llamar la atención de sus conciudadanos en vez de explicar su problema e intentar conseguir el apoyo necesario para poder llevar una propuesta acorde a los tiempos, y a sus merecimientos, de sus demandas. Hacen pagar al mismo de siempre, el que menos culpa tiene, los platos rotos de la lucha doméstica de entre ellos y sus responsables directos.
En verdad se debían de pensar en algunas cosas cuando pretendemos pedir algo para nosotros, no debemos de utilizar desde nuestra posición de fuerza, las armas que nos da la ley sí, pero que fastidian como siempre a los más desdichados. Al final el poderoso se ríe, como en otras ocasiones en la cara de los pobres, de sus mentores y acaban incluso poniendo de su parte a algunos de los que teóricamente podían haber apoyado desde otra perspectiva a los centuriones del siglo XXI.

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