14º RELATO. La Fuente Vital.

14º RELATO. La Fuente Vital.

Sus murallas, la hacía omnipotente sobre la llanura, sus sombras desde l a salida hasta la puesta del sol lograban marcar las horas de la jornada. El campesino no necesitaba prestar más atención a otra cosa que no fuera la posición de la alargada y majestuosa sombra de la torre, desplegada por la campiña doblegando su caída en kilómetros a la redonda.
Los transeúntes de las diferentes ciudades colindantes la admiraban por su inexpugnable grandeza. Sus habitantes siendo justos no habían de temer nada del exterior pues tanto en momentos álgidos como menos halagüeños podían cerrar las puertas y subsistir hasta que los enemigos si los hubiera en el exterior se aburrieran del acoso. Al menos eso se pensó siempre.
Contaba nuestra ciudad entre sus fieles protecciones con todas las necesidades para alimentar más que suficiente a sus habitantes. Desde tierra cultivable para los trigales, base del pan; olivos, vid e infinidad de sustentos. Casi se podría haber llamado Jauja.
Plantada encima de uno de los acuíferos más ricos conocidos en el entorno, admirado por todos los viajeros que circundaban sus calles y plazuelas. Aquí tocas una piedra con un palo y mana agua, rico fluido, manjar de dioses y base principal de la grandeza de nuestra historia. Verdaderamente como dioses vivían en la ciudad, sus habitantes. Además de poseer unas relaciones inmejorables con las ciudades cercanas. La cordialidad había estado siempre presente gracias a los intercambios de nuestra parte del fluido vital por otros utensilios, como los aperos de labranza, los cestos de palma o caña, las pieles, etc., más dado sus artesanos que los nuestros, sea precisamente por ello o por no haber tenido necesidad de aprender nosotros de esas habilidades.
Surgían mandatarios de una cara o de otra, moría uno se colocaba otro, como siempre se dijo, a rey muerto, rey puesto. Alguno más avaricioso que otro, pero relativamente siempre encontró dónde asirse de lo necesario para saciar su pecado. Pero a fin de cuentas era el rey: inteligente, fuerte, diestro en el manejo de las armas, de las leyes, de ideas claras, y honrado. Bueno todo eso como son los reyes, por lo menos hasta que dejan de serlo, claro. Sigamos, sigamos que nos salimos de la vereda.
Nunca tuvimos verdaderos problemas pues ningún rey tocó el bien que pertenecía a todos sin estar escrito en ningún sitio más que en las mentes de todo el pueblo. No había distinción social para ello. El fluido vital. Era la riqueza común, con ella no se juega, sirve para darnos el verdadero nombre y hasta los reyes han comprendido esto siempre. La vida no se toca y el fluido es vida. Hay muchas y diferentes maneras de ostentar el poder, incluso logrando la veneración de tus súbditos.
La avaricia rompe el saco, dice un antiguo dicho. Y para que la vida sea vida y esta historia fuera real y no leyenda, debía llegar el rey más rey de todos los reyes, al menos eso creía él, para transgredir todas estas leyes no escritas. Igual pensó que no había otra manera de hacerse respetar, o quizás por eso mismo.
Tuvo que comerciar con el fluido vital, para esclarecer sus ideas para con el pueblo, mostrarle su superioridad y descendencia divina, manipulando ese sustento social que ningún otro rey había osado tocar.
Construyó conductos para la canalización del fluido vital con ayuda de sus secuaces para seguidamente hacer pagar a los ciudadanos por su uso y disfrute, cosa inimaginable en la época anterior a su mandato. Cobrando por cualquier medio a los verdaderos dueños del fluido por su uso y tenencia.
Pero el pueblo como pueblo falto de cultura y enseñanzas, falto de líderes que lo guíe por el buen sendero no entiende sus intenciones y se esfuerza y paga. Al fin y al cabo ha nacido para ser fastidiado en sus días de existencia. No logra comprender por qué ha de pagar por algo que además de suyo de siempre hay hasta para comerciarlo con las ciudades vecinas.
Las fuentes de la plaza dejaron de fluir, de alumbrar el verdadero nombre que nuestra ciudad se merecía por su belleza. Fuentes en cada esquina de la ciudad, algunos incluso la conocían como la ciudad de las mil fuentes. Parecía que sabían que esto ocurriría que evitaron ponerle ese nombre.
Al rey se le ocurrió modernizar nuestra ciudad dotándola de unas alcantarillas para evitar el vertido incontrolado de las aguas fecales, todo por nuestro bien, pero claro obligando al pueblo a una contribución para las obras.
El bollo diario de ración debió de recortarse a la mitad para poder lograr satisfacer las ansias del rey. Bueno y para salvar el pellejo. El rey no lograba convencernos de los hechos para nuestro bien pues el estómago cada vez costaba más llenarlo. Sería todo para nuestro bien pero como en todos sitios siempre es más bien para unos que para otros. Pensaría que siempre es mejor tener contentos a unos cuantos fuertes que a muchos débiles, a fin de cuentas puede todo acabar en un fiasco.
Las cosas se iban poniendo cada vez más duras. El rey justificaba todo en nuestro bien y su buen don de palabra. Pero hay cierto dicho popular que nos recuerda: “quién mucho justifica, algo habrá de justificar”. Pues es: menos explicaciones y el que no esté de acuerdo que hubiera elegido el lugar donde nacer.

La vida da muchas vueltas. El mal no vino desde dentro sino desde las ciudades colindantes. El coste del fluido no subió solamente para los vecinos de nuestra ciudad, claro. Sino que las viandas exigidas a las otras ciudades a cambio del fluido fueron elevándose de una forma exagerada. Las negociaciones con los reyes cercanos fueron desviándose de las verdaderas intenciones hasta acabar  en declaración de guerra.
Todo ello gracias a la prepotencia que le otorgaba, ser el  dueño de la gallina de los huevos de oro, a nuestro rey.
Los reyes restantes les recordaron los años de gracia que habían disfrutado, de la importancia para todos de la hermandad y de lo poco que sirve una persona sola. Tanto es el dicho. Un hombre solo, no sirve ni para hacerse sombra. Rogamos te lo pienses. No  hay nada que pensar, fue la respuesta que obtuvieron.
Las protestas a la puerta de la ciudad vital por parte de los vecinos fueron creciendo. Solución de nuestro rey, muy en su línea, cerró las puertas de la ciudad.
No contaba con el envenenamiento de todos los pozos de la ciudad por parte de algunos ciudadanos del exterior antes de salir siguiendo las consignas de los otros reyes. Bien es cierto que algunos perdieron la vida en el intento.
Con el transcurso de los días se empezó a notar la debacle. Gente por toda la calle enferma, muriendo por el envenenamiento o por falta del fluido vital. Únicamente los cercanos al río lograban sobrevivir, aunque no por muchos días pues esa fue la siguiente jugada del exterior. Construyeron una presa en el río. Cortó toda la llegada del fluido. Los ciudadanos se levantaron contra su rey al verlo seguir en sus treces, apoyado por su disfrute del pozo real, que gracias a su vigilancia había logrado librar el envenenamiento.
Viéndose perdido, el rey tomó la solución más acorde al momento histórico que iba llegando: la época civilizada. Decidió abdicar en su hijo. El chico aunque joven había sido criado muy cerca del pueblo gracias a la reina que no había olvidado su procedencia humilde. En un tiempo cercano al rey se le hubiera pedido el suicidio o hubiera acabado decapitado por sus propios súbditos. Pero somos civilizados. El nuevo rey tomó las medidas adecuadas para restablecer las relaciones primero con su pueblo y seguidamente con sus vecinos.
Desde aquella época no hubo más problemas con nadie. La ciudad recobró la normalidad. Las mil fuentes lograron brillar de nuevo.
El antiguo monarca se dedica desde entonces a pasear por los grandes espacios naturales que posee. Juega de vez en cuando a un juego muy de moda: el dominó. No era todo lo inteligente para el ajedrez. Y parece que va a publicar el primer tomo de sus memorias.
Será recordado por el buen sentido común por fin descubierto en su interior, aunque después de una dura terapia de grupo.
En verdad sus muchos logros fueron ensombrecidos por su mala cabeza guiada por los pecados más mortales.
A los reyes que se olvidan de su cuna.

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